Sin
la pretensión de condicionar, ni siquiera orientar ni alentar a la comisión
disciplinaria del G8, que otrora se creara al efecto, sí me gustaría dar mi
parecer acerca de la crisis creada en el tradicional homenaje a la mujer
cordobesa.
Seguramente
no sea el más indicado para esta disertación, ya que de todos es conocido que
soy el más díscolo en estas líderes, pero la crisis abierta hunde sus raíces
hasta la misma esencia de creación del grupo, siendo de tal calibre que lo
oportuno sería la exclusión, si no estuviera expresamente prohibido por los
estatutos. Como ello no es posible, confío en la ecuanimidad de la comisión de disciplinaria
para que hechos como los acaecidos no sean sustentados con explicaciones tan parcas,
tardías y deleznables. Para ello, pido que se tengan en cuenta las siguientes
consideraciones:
Mas
allá del reproche societario, que llegará, debe de haber un reproche social-femenino
por haber privado a estas del paseíllo, porque para ir a la taberna nada mejor
que hacerlo con una mujer bien hecha, rematada, de trapío y bien puesta. Esta
no era cualquier cita; era su cita, la de las féminas y si no hubiera mujeres
en la plaza, no valdría la pena vestirse de luces.
Para el caso de que, con lo relatado
hasta ahora, no se considerara falta muy grave, hemos de tener en cuenta que
son muy sonadas las reiteradas ausencias de la sede social, que en su conjunto
deberían ser consideradas falta muy grave. Para el caso que no se tuviera en
cuenta, esta reiteración debe considerarse un agravante.
Debemos evitar que pase como con la
mula, que cuando se amacha, no hay espuela que la mueva. Por ello no podemos
responder con tibieza y sugiero se deben de extremar las precauciones con pases
de castigo y tocando los bajos, incluso machetear de pitón a pitón porque es
bravo y se crece al castigo. Tendremos que picarle en lo alto hasta desmelenarlo
y si no torna y sigue con falta de fijeza, se repucha y quiere irse, habrá que
picar tapando la salida. Aunque de todos es sabido que una silla dorada no hace
de un asno un caballo, es nuestro deber reconducirlo y enseñarle el camino. De
lo dicho hasta ahora no puede alegar indefensión y si lo hiciera, él solo se ha
buscado, ya que la mejor defensa es con la presencia.
No nos debe amilanar que eche las manos
por delante y que no tenga ni un pase;
tenemos que devolverlo al corral sin los tres avisos por que es preferible
parar los pies que salir por pies; hemos de cogerlo por los cuernos, y
compararlo con el mal torero: “En la calle mucha planta, y en la plaza (la
taberna) mucho miedo”.
Además de las sanciones que con mérito
se ha hecho acreedor, debe de llevar aparejada otra de amonestación en la que
le quede claro que repucha en la suerte, no está puesto, no tiene ni un pase,
está para el arrastre y no remata las faenas y en estos casos, lo mejor es
cortarse la coleta. Como diría un gran amigo mío: “en el G8, ¿qué somos? ¿huevones o leones?” Pues eso.