martes, 30 de diciembre de 2014

Esto se acaba; el 2014, digo

Esta es la entrada que estabais esperando: la estadística anual del G8. La tecnología blogger registra esta página desde mayo de 2010, pero lo cierto es que la primera entrada data de marzo de 2012. Solo tenéis que ir hacia atrás en las entradas y llegareis a la titulada Saludos on line. En ella se recogen una serie de fotos de citas anteriores a esa fecha. La pregunta del millón sigue en el aire: ¿Cuándo fue nuestra primera comida? Recuerdo una en La Galga que considero fundacional, pero no sabría datarla. ¿Alguien puede documentar este encuentro?

Buceando en el archivo de mi ordenador hallo como más antigua una imagen del grupo en una comida inolvidable. Julio de 2009 en el restaurante Puerta Grande de La Torrecilla. Con la factura más grande jamás pagada por el G8. Se publicó el 12 de marzo de 2013. Ese mismo día subí al blog la entrada El G y el 8, firmada por César Ollero y una de las más leídas, como veis en la estadística. Solo le gana la jubilación de Vicente.

En fin, ahí van los datos. 

Nos leen en todo el mundo, aunque hemos perdido los seguidores
 de Ucrania, que están ocupados en otros menesteres.



Lista de los 10 principales. Lo dicho: barren las entradas de la jubilación de Chenche .




Este cuadro denota la escasa participación en comentarios.

Seguiremos en contacto. Hasta el año de que viene









miércoles, 24 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad





Por favor, Señor, por favor


La gélida brisa de diciembre se colaba entre las rendijas de las ventanas, al igual que un inesperado invitado que calaba en la madera, viajando de allí hasta toda persona o mueble que la pisaba, haciéndola crujir debido al continuo desgaste.
Hacía años que las rodillas de la joven no se apoyaban en el suelo junto a la cama para rezar. Astrid era escéptica, fría e incrédula y, pese a su religiosa familia, jamás había creído en la existencia de ningún ser superior que velara por ella pero, aquella vez era diferente. No le quedaba nadie más a quien acudir.
“No hablo demasiado contigo, ni siquiera sé si existes pero, por favor, tráelo de vuelta sano y salvo”
Se sentía estúpida, descansando la cabeza sobre las manos entrelazadas con aquella expresión de esfuerzo en el rostro, recurriendo al cielo para pedirle que le devolviera a su amado. “Inepta, no va a volver, se lo han llevado, tú misma lo viste y lo han matado. No va a volver” se decía a si misma cada día, intentando destruir aquel pequeño atisbo de esperanza que aún refulgía en su interior, cual vela a punto de consumirse.
 No quería permitirse pensar que estaba vivo ni que volvería a verle, intentaba forzarse a continuar con su vida tal y como siempre había hecho, dejando atrás a las personas y centrándose en sí misma y en su independencia pero con Eli era diferente. Nunca se había apegado a nadie de aquella forma, nunca nadie había conseguido comprenderla de la manera que él lo hacía. Nunca nadie había conseguido sacar lo mejor de ella, traspasar las duras barreras de su egoísmo e indiferencia para llegar a la verdadera Astrid, no a la superficial joven de rubios cabellos que siempre miraba por encima del hombro a todo el mundo.
Pero desde que se había ido, su vida se había apagado, tragándose toda su felicidad con ella. Se había negado a mudarse de nuevo a casa de sus padres por lo que vivía en soledad, solo acompañada por los dolorosos recuerdos de aquel día que jamás debería haber ocurrido, de aquellos hombres de chaquetas negras que entraron y se llevaron a su amado, colocándole una estrella dorada en el pecho antes de abandonar la casa, solo permitiéndole pronunciar una última promesa, “Estaré de vuelta en navidad. No te darás ni cuenta de que me he ido, te lo prometo” Pero no fue así. Aquellas palabras resonaban en su cabeza cada noche cuando el sol se escondía tras los edificios de Múnich y su dormitorio se tornaba más pequeño, oscuro y solitario que nunca, cuando solo ella y sus pensamientos habitaban en la azul casa que antes había estado tan llena de alegría y una espina se clavaba cada vez más profundamente en su corazón, como un clavo que cada día recibía un martillazo de la mano del tiempo.
Conocía al chico desde su más tierna infancia. Siempre habían vivido puerta con puerta en un acomodado barrio de la ciudad, cuando aquel hombre y su inútil masacre aún estaban lejos de llegar al poder y hacerse realidad.
Elijah era judío pero en aquellos tiempos no importaba demasiado, sus antepasados se habían instalado en Alemania, comenzando un importante negocio hacía años por lo que los padres del joven y él mismo, además de disfrutar de una posición en la sociedad, adoptaban la manera de vida de todos sus vecinos que no practicaban su religión.
El chico siempre había sido el alma de todo lugar que visitaba, era amable, simpático, tremendamente carismático y siempre lucía una sonrisa acompañando a aquel cabello castaño a juego con sus ojos.
Astrid en cambio, prefería apartarse, era reservada pero no por timidez sino debido a que se consideraba superior a los demás. Ella era la reina en su mente, cerrada y gélida como el hielo y no dejaba que nadie la cambiara o se acercara a ella por nada del mundo. A nadie excepto a Eli, cuando él aparecía, una sonrisa aleteaba en sus labios y una ola de felicidad la inundaba como si de las orillas del Báltico se tratase.
Ambos fueron creciendo y con el paso de los años, la cercanía y el cariño, acabaron enamorándose el uno del otro, tardaron años en darse cuenta pero al final los reiterados intentos del judío surtieron efecto y la joven cayó en sus brazos a regañadientes, fingiendo que no era lo que más deseaba en el mundo.
Sus padres se negaron en un principio pero, al cumplir los veinte años de edad contrajeron nupcias y se mudaron a una pequeña casita en un barrio menos acomodado.
Entonces ocurrió, estalló la guerra y con la subida del partido Nazi al poder, ambos supieron que no quedaba demasiado tiempo hasta que la tragedia les llegara a ellos, la tragedia que los separaría para siempre solo por la religión del joven. Astrid quedó desgarrada, gritó y lloró hasta que Eli se liberó de los hombres durante un instante y se acercó a ella, dejando un beso en sus labios y aquella promesa que aún ambos mantenían presente cada día de su vida.
La navidad se acercaba y la cansada chica de dorados cabellos la esperaba con temor, no quería que llegara, no quería creer que su esposo no volvería, deseaba perder la esperanza pero sabía que si lo hacía no tendría nada mas a lo que agarrarse, si las últimas palabras de su amado quedaban en vano, Astrid no podría soportarlo ni un día más.
Veinticinco de diciembre, la joven alemana permaneció junto a la ventana, mirando a través del empeñado cristal, deseando alcanzar a ver una cabellera castaña y una enorme sonrisa mirándola desde la calle, pero no lo hizo, sus sueños fueron destrozados y una enorme pesadez la inundó llegando a cada fibra de su organismo. No podía soportarlo más, prefería morir antes que pasar un día mas con aquella incertidumbre y tristeza que no la dejaban pensar, comer y apenas dormir.
Era el final, pasaron unas semanas y, con las nieves de enero decidió ponerle fin a todo aquello, a su triste y gris existencia pero algo se lo impidió, algo que era la causa de lo hinchada que se había sentido últimamente pese a que apenas comía, algo que la iba a hacer cambiar de opinión, algo a lo que podría agarrarse para seguir viviendo. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y se arriesgó a ir al médico el cual solo le confirmó lo que ya sospechaba, estaba en cinta, mas entre tanto dolor, no se había dado cuenta de la luz y alegría que crecía en su interior.
Los años pasaron y los americanos llegaron para poner fin a los campos de concentración, liberando a los judíos encarcelados injustamente entre los que estaba Elijah, el cual al abandonar Dachau solo podía pensar en lo afortunado que era y en lo mucho que necesitaba ver a su esposa, por la que tantas noches había permanecido fuerte, había llorado pero sobre todo había manteniendo la esperanza hasta el final, tan solo agarrándose a la borrosa imagen de su rostro, el cual en cinco largos años se había distorsionado ligeramente pero nunca había desaparecido de sus pensamientos.
Las calles permanecían frías y bulliciosas como la última vez que pisó Múnich, solo podía pensar en ella, en aquella sonrisa que solo guardaba para él, en sus ojos azules que se iluminaban con solo verle y en los pequeños hoyuelos que se formaban siempre que sus labios se curvaban en una sonrisa.
La casa permanecía tal y como la recordaba, desvencijada y solo pintada con tonos azules que imitaban el bullicio de un río. Subió los escalones hasta la entrada y, depositando la maleta en el suelo, dejó un par de golpes en la oscura madera de la puerta, la cual retumbó con un ruido sordo acompañado de un silencio sepulcral que eclipsaba los gritos de júbilo de las calles, haciéndolo ponerse en lo peor, comenzando a notar como el sudor frío recorría su espalda e imágenes y pensamientos horribles lo acosaban, devolviéndolo a la tristeza y sufrimiento que había sentido durante tantos años en los campos. Después de todo, la vida no iba a darle ni un soplo de felicidad.
Corrió calle arriba hacia la enorme residencia de los padres de Astrid, quizá había salido o estaba visitándoles con motivo de las navidades, su gente nunca las celebraba pero recordaba como su esposa adoraba aquellas fechas, las velas, la gente, la nieve... Siempre hablaba de lo preciosa que era la ciudad durante las fiestas y lo forzaba a salir a la calle cada día solo para que la acompañara a ver las tiendas y los adornos. "Estará allí, no hay duda, no se perdería la navidad por nada del mundo."
Cuando llegó a la puerta de los señores Zimmermman tocó sin pensárselo dos veces. Sentía la respiración agitada y el corazón a punto de estallarle en el pecho, en parte por la carrera que acababa de disputar consigo mismo pero sobre todo por la preocupación y el nerviosismo que crecía y anidaba en su estómago como si de un parásito se tratase.
Un señor alto y rubio que se encontraba a las puertas de la vejez se presentó ante él, en otras circunstancias, Elijah se habría quedado helado de terror ante el padre de su amada pero, aquel no era el momento de acobardarse, había pasado y visto lo peor que un ser humano podía imaginarse en aquellos campos y, estaba seguro de que nada de lo que ocurriera de allí en adelante volvería a asustarle o hacerle enmudecer de miedo.
Pasó junto a él y entró en el salón cruzando el enorme y oscuro recibidor para encontrarse con la señora Zimmermman, la cual jugaba con una dulce niña de rubios cabellos y ojos color almendra.
—¿Dónde está? ¿Dónde está Astrid? —preguntó el joven con la voz aún entrecortada por el cansancio, posando directamente la mirada en la señora.
—No está. Lleva años sin estar. —la mujer parecía sorprendida pero entonces, sus ojos se aclararon y reconoció al chico. Suspiró y le dijo a la niña que fuera a jugar a la habitación contigua—. Falleció al dar a luz a la pequeña Agatha, siempre te esperó y se mantuvo fuerte por ti, Elijah. Te quiso más que a nada en el mundo.
Eli sintió como se rompía por dentro, su vista se nublaba y una sensación de mareo comenzaba a reptar hasta su cerebro. Estaba muerta, había pasado cinco años en Dachau, teniendo que soportar como guardias los trataban como animales, agarrándose a la idea de que algún día volvería a ver a la mujer más preciosa que jamás había existido, y ahora estaba muerta.
Los años pasaron y el judío, con su enorme dolor volvió a mudarse a la casita en la que ambos habían compartido tanto, muchos recuerdos lo acosaban pero, el peor fue el más grande de ellos, la niña por la que había fallecido Astrid.
En un principio no pudo mirarla a los ojos, no era su culpa pero aún así no sabía cómo iba a ser capaz de criar a aquella chica que era la viva imagen de su madre sin recordarla cada día de su vida.

Finalmente aprendió y se dio cuenta de que la pequeña Agatha no era el mayor de sus problemas, no era un lastre que le recordara la muerte de su amada sino todo lo contrario, era la prueba viviente de su amor, de lo mucho que ambos habían luchado durante aquellos años de dolor y oscuridad. Entonces, fue cuando aprendió a quererla, y ella a él, la niña se mudó a la casa azul y la decoraron tal y como la pequeña quiso, manteniendo siempre viva la memoria de la mujer más bella y fuerte que jamás había existido.



Carmen Román 








domingo, 21 de diciembre de 2014

Suerte


Mañana puede ser un gran día; plantéatelo así. El Comité de Actividades Lúdicas del G8 recuerda que el grupo juega a la Lotería Nacional y por ese motivo publica una reseña de este popular juego encabezada por la frase que Julio César pronunció al cruzar el río Rubicón y que desencadenó una guerra civil con Pompeyo.
El caso es que la Lotería Nacional la aprobaron las Cortes de Cádiz. Ahí va su edicto.


 << I N S T R U C C I Ó N DE LA LOTERÍA NACIONAL
DE ESPAÑA QUE HA DE ESTABLECERSE EN CÁDIZ >>
«LAS CORTES GENERALES Y EXTRAORDINARIAS DE LA NACIÓN,
ENTERADAS DEL PROYECTO QUE LES FUE PRESENTADO DE UNA
LOTERÍA QUE SE HA DE NOMINAR NACIONAL, Y HA DE SER IGUAL A
LA QUE HACE MUCHOS AÑOS SE HALLA ESTABLECIDA EN NUEVA
ESPAÑA; SE SIRVIERON AUTORIZAR AL CONSEJO DE REGENCIA DE
ESPAÑA E INDIAS PARA QUE LO LLEVASE A EFECTO DEL MODO QUE
CONSIDERE MÁS ÚTIL Y CONVENIENTE. EN CONSECUENCIA, S. A.
CONSIDERANDO QUE ÉSTE PUEDE SER UN MEDIO DE AUMENTAR
LOS INGRESOS DEL ERARIO PÚBLICO SIN QUEBRANTO DE LOS
CONTRIBUYENTES, Y ATENDIENDO A QUE LOS FONDOS QUE SE
VERSEN EN ESTE JUEGO, SEAN MANEJADOS CON FIDELIDAD, SIN
AGRAVIO NI PERJUICIO DEL PÚBLICO INTERESADO; PARA QUE
ESTOS FINES SE CONSIGAN, HA TENIDO POR CONVENIENTE
AUTORIZAR CON SU SUPREMA APROBACIÓN A LOS SEÑORES D.
ANTONIO ROMANILLOS, MINISTRO DECANO DEL CONSEJO SUPREMO
DE HACIENDA, Y D. CIRIACO GONZÁLEZ CARVAJAL, DEL CONSEJO Y
CÁMARA DE INDIAS, PARA JUECES CONSERVADORES DEL
ESTABLECIMIENTO».

El sorteo de mañana reparte los siguientes premios


Más datos: lo que se juega en Andalucía


Os recuerdo los números que jugamos




Como complemento a esta entrada, y con el objetivo de que participéis en este blog, os propongo que contéis qué haríais con el dinero en caso de que os toque. Xurri Gemelo dejó un mensaje en la anterior entrada. Animaos


sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Y si nos toca?

Uno de los objetivos de este blog ha sido, es y será enseñar deleitando. Con este fin, la Comisión de Cultura del G8 publica periódicamente informaciones enfocadas a que los miembros de este grupo amplíen conocimientos. En esta ocasión abordaremos uno de los hitos del comienzo de la navidad: el sorteo de lotería. A petición de Álvaro, y para que no haya confusiones, se adjuntan los dos números que jugamos. Aclaremos que la lotería es, según el Diccionario de la Real Academia (DRAE):



 Juego público en que se premian con diversas cantidades varios billetes sacados a la suerte entre un gran número de ellos que se ponen en venta.



Dicho esto, es conveniente que sepamos quiénes son los niños de San Ildefonso.

El Colegio de San Ildefonso es la Institución dedicada a la infancia más antigua de Madrid con más de 400 años de existencia. Sus orígenes datan de 1543, año en que Carlos V concedió una Real Cédula que dotaba al Colegio de los bienes precisos para atender a sus fines. Las primeras Ordenanzas del Colegio que hoy existen son de 1600 y las hizo el escribano Francisco de Monzón. Su actividad tanto interna (acogida, educación y colocación de madrileños huérfanos) como externa (celebran liturgias, fiestas públicas y lotería) ha sido siempre muy intensa. Este colegio ubicado primitivamente en el número 3 de la Carrera de San Francisco fue trasladado en 1884 a la calle Alfonso VI a unas casas que habían sido del marqués de Benalúa, pues su antigua ubicación se había quedado pequeña al ir creciendo el número de niños que dependían de esta institución. En 1988 se produjo la renovación del edificio y se dotó a la institución de nuevo personal y medios más actuales para renovar los fines para los que fue creada en el siglo XV y entre los que están corregir las desigualdades sociales, subvenir a la educación y la formación de los más jóvenes. El Colegio es cofrade corporativo de la Real Cofradía de Caballeros Cubicularios de San Ildefonso.

Los niños de San Ildefonso son muy populares en España dado que llevan más de tres siglos cantando los números de la Lotería Nacional, siendo el primer sorteo en el que toman parte como extractores el 9 de marzo de 1771. Desde entonces, para actuar en los sorteos de la Lotería, se selecciona a aquellos alumnos que tienen buen timbre de voz y pronunciación clara, a los que se ejercita para la fácil y rápida lectura de los números y se les adiestra en el manejo de las bolas de los sorteos mediante ensayos continuos con material que la Lotería Nacional tiene a disposición del colegio.

Solo queda que nos toque y es por ello que quienes más cerca se encuentran de la fe, aquellos que abrazan la doctrina de la Iglesia Católica y en su seno reconfortan su alma y muestran a los demás el camino de la salvación eterna, nos encomienden a San Ildefonso. 
Aquí va una pintura que se custodia en la catedral de Toledo, donde este santo fue obispo.






Ya en un plano más profano y como premio a vuestro esfuerzo de entrar en el blog y leer el texto (que para la mayoría de vosotros es bastante porque no colaborais ni de broma), adjunto un selfie tabernario hecho con el nuevo artefacto de Ada.




lunes, 1 de diciembre de 2014

Articulación de la pata delantera del cerdo




O codillo, como se conoce popularmente a esta pieza. Fue el plato principal en La Antigua y lo bordaron. Tampoco estaba mal el pisto (aunque algo soso) y los huevos revueltos. No hay manera de que sirvan el vino tinto a la temperatura adecuada. Hasta ahí la crítica gastronómica. El reportaje gráfico es escaso.

Esta foto la hizo José Manuel.

 Y esta la hizo la camarera
Ex-traordinario, oiga



De cara  a la fiestas navideñas y al igual que en año anteriores, jugamos a la lotería. Este es el número que ha comprado José Luis. También compraremos el de la bodega de San Basilio. Son cinco euros, cinco, para todo aquel que quiera jugar.  Aquí ni vale el anuncio de la tele: quien no juegue, que luego no llore. Además que no veo yo al Manolín  guardando el boleto.


Y con esto y un bizcocho...